Cristina Díaz Moreno+Efrén García Grinda
(fragmentos del texto publicado en CIRCO 121)
Uno texto claro y sugerente en el que los autores reflexionan sobre dos temas que están modificando la arquitectura contemporánea: lo natural como fragmentos heterogéneos que forman parte del mundo artificial; y la enorme capacidad que tienen las nuevas tecnologías digitales de transformar nuestro entorno sin producir formas.
A partir de esas premisas, la práctica arquitectónica abandona el interés por el objeto y se centra en la configuración de los efectos, dejando atrás la importancia del espacio para sustituirla por la creación de los ambientes.
Los párrafos que siguen recogen estas ideas, pero se recomienda la lectura del texto completo publicado en el boletín digital CIRCO.
¿Material
del jardinero digital? ¿Por qué referirnos al arquitecto como jardinero
digital? ¿Qué sentido tiene proponer trabajar con algo tan indefinido como la
atmósfera?
[…]
Quisiéramos,
a los efectos que aquí estamos tratando, resumir en una pirueta simplificadora
esas recientes transformaciones en solamente dos: el colapso de la idea de
naturaleza y su posterior actualización, y la inmersión masiva de la cultura en
el mundo de lo digital. Hagamos el esfuerzo de suponer que ambas podrían
resumir y condensar la infinidad de transformaciones que han tenido lugar en
estos últimos años.
[…]
Empezando
por la primera, deberíamos de una vez olvidar esa idea por la que se concede a
la naturaleza una doble condición basada en su dominio y la explotación de sus
recursos, y de ser depositaria de una idílica capacidad redentora de todos los
males de la civilización; por la que al mismo tiempo la explotamos sin piedad y
nos dejamos fascinar abúlicamente por su belleza. Malas noticias para los
ingenuos: ya no existe esa clase de naturaleza. Lo que nos circunda es otra
naturaleza compuesta por fragmentos de paisajes desertificados, parques naturales,
extensiones agrícolas, terrenos contaminados, ciudades magmáticas y extensivas,
infraestructuras de transporte... Un mosaico de diferentes naturalezas, algunas
mantenidas en estado original a través de su sobreprotección y otras
irreversiblemente contaminadas y alteradas. Esa otra naturaleza es,
en realidad, muchas naturalezas distintas: un océano de multinaturalezas alrededor del que se ha elaborado una nueva
belleza que le es propia y totalmente alejada de aquella idílica que servía a
los modernos como redención de los males de la gran ciudad.
[…]
Al igual
que lo natural, la arquitectura no debería ser solamente objeto estable,
permanente, que resiste con su materialidad el paso del tiempo. Hemos aprendido
de la vida de los objetos de consumo que la arquitectura puede tener fecha de
caducidad. Pero también se puede aprender de lo natural que es posible definir
una relación con el tiempo que abarque su gestión temporal, los procesos de sucesión,
las perturbaciones a las que se ve sometido en cada momento o el proyecto de su
propia muerte. Olvidaríamos la disciplina como la encargada de imaginar un
estado o imagen final e inmutable, y nos convertiríamos en gestores que proyectan
procesos de emergencia de sistemas materiales y su gestión a lo largo del
tiempo, su decadencia, muerte e incluso su proceso de sucesión. Todo esto nos
permitiría integrar lo impredecible, no como algo de lo que nos tenemos que
proteger, sino como un material con el que podemos trabajar. Así, la
arquitectura que correspondería a todo ello pasaría a ser, como otros objetos y
tecnologías de uso cotidiano, algo que nos permite relacionarnos con eso que
está ahí fuera de un modo menos traumático, más fluido y natural; que a través
de la construcción de un espacio, se convierte en un instrumento de intermediación
técnica entre nuestro cuerpo y lo que nos circunda, esa asamblea de humanos y
no humanos; que trabaja filtrando las percepciones del afuera. Esa nueva
relación pasaría por entender que no necesitamos recurrir a la ortodoxia medioambiental
u otras aproximaciones simplificadoras para ver cumplido ese acercamiento, sino
más bien adquirir el compromiso de desarrollarla como una eficaz herramienta de
intermediación técnica con lo natural, que nos facilite esa relación de igual a
igual.
[…]
Volvamos
ahora la vista a la repentina inmersión en lo digital que nuestra sociedad ha
experimentado. Una de sus consecuencias sería la falta de relación visual con
el propósito al que las tecnologías digitales están asociadas. No podemos ya
relacionar visualmente el objeto con el uso para el que está destinado. Ya no
es posible leer en él su mecanismo de funcionamiento, ni siquiera el fin que
satisface. A la progresiva miniaturización que los objetos técnicos han ido
experimentando, y que en los años setenta impulsaba a algunos a pronosticar un
mundo sin objetos, se añade la creciente universalización de las tareas que
están destinados a cumplir. Son cajas negras que no hacen presente, que no
comunican las cualidades performativas
que poseen. Son tecnologías que no necesitan de presencia física ni capacidad
comunicativa para funcionar. A través de estas tecnologías el objeto se libera
de alguna forma de su apariencia y el interés pasa a recaer en el efecto que
genera. Esta retirada del objeto a la trastienda exige su reemplazo por algún fenómeno
físico que sea capaz de interactuar con nosotros, que sirva de interfaz, que pueda transmitir
información y que nos permita reemplazar la presencia física, tangible, real
del objeto por otro tipo de manifestación.
[…]
Por todo
ello en los últimos años en nuestra oficina hemos estado interesados en
trabajar en sistemas que disipan, consumen y captan energía de forma dinámica
en forma de sistemas ambientales. Lo que entendemos por espacio pasaría así a
ser un conjunto de percepciones ligadas a efectos ambientales generados a
través de la gestión de diversas formas de energía. Es decir, trabajar
involucrando la entera configuración del edificio en la producción de
ambientes. De esta manera, nuestra producción sería tecnología ambiental apenas
visible, sistemas técnicos que inducen efectos espaciales, ambientales y
visuales, y que desplazan el interés por el objeto a aquello que se consigue;
es decir, el efecto. Se pasaría así de un sistema de relación entre objetos, en
el que su posición, tamaño y demás atributos formales generan un sistema que
trabaja por figura, asociación y disposición, a otro basado en la creación de
sistemas ambientales a escala reducida, regulados mediante secuencias de
órdenes. Sería posible entonces trabajar con la intensidad de los estímulos,
con estados alterados y diferentes niveles de percepción. Todo ello a distintas
escalas, desde la macroscópica a la del paisaje. Este apresurado repaso nos
induce a pensar que la producción de ciudad y de paisaje no están reclamando
más que un cambio radical de estrategias, instrumentos y modos de conformar la realidad
semejantes, por no decir idénticos, a los que la tecnología digital y esa nuevo
acercamiento a la naturaleza nos reclaman.
[…]
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