Al hilo de la reflexión de Gonzalo Cano sobre el espacio fenomenológico que Wright construye en la Johnson Wax (1936), y como contrapunto de otra de las obras maestras que visitaremos en el Viaje a Chicago del próximo Enero 2012, la Casa Farnsworth, (1959), me interesa que miremos de nuevo al antecedente primigenio que Mies ideó en el Pabellón de Barcelona (1929).
El ensayo de Josep Quetglas, "El horror cristalizado. Imágenes del Pabellón de Alemania de Mies van der Rohe", prologado por Rafael Moneo, (Der gläserne Schrecken - el horror cristalizado, el horror vítreo - fue el título de un cuento de Paul Scheerbart), nos desvela la verdadera esencia de esta pieza mágica; aquí el espectador se enfrenta activamente a una interpretación de la obra, como actor que la descompone, la disecciona, la experimenta y la siente, para llegar a la conclusión de quedarse con el vacío, reflejo denso de la materia. El Pabellón desaparece, disuelto en sus propios reflejos, materializando la presencia de un vacío activo, una ausencia reveladora, velada en múltiples sugerencias, que nos atrapa como una tela de araña enigmática.
En nuestro último proyecto de escenografía, la ciudad debe ser el material basilar sobre el que acontecer las experiencias perceptivas y hápticas como un complejo paisaje de experiencias individuales y colectivas.Una ciudad de límites borrosos, de superposición de datos, de entrelazamientos continuos, inestable y mutante.
Casa Farnsworth. Plano, Illinois, 2005
Reflejos de Alemania
"El Pabellón Alemán - Palacio de los Reflejos - es la verdadera y auténtica cátedra del cubismo, el exponente máximo de esa estética muerta y descuartizada que inventó Picasso un día de malhumor.
La paredes, de mármol negro, beben la luz solar con una insaciable avidez, esta misma luz que antes han querido besar los pavimentos bruñidos y los techos de cristal, deshaciéndose en mil ramilletes de reflejos indisciplinados..
La luz del sol, en el Pabellón de Alemania, es uno de los primeros motivos ornamentales. Acaso el primero de todos, en ese laberinto de grandes planos, líneas rectas y paredes escuetas y mondas.
Haber domesticado así a la luz cenital es un gran mérito.
El pueblo que adopte esta arquitectura será un pueblo de horizontes claros.
He aquí el Pabellón Alemán: arquitectura de reflejos. Muros, pavimentos y techos son una prodigiosa amalgama de reflejos, de rayos lumínicos entrecruzados, en libertad. Exactamente, el alma de la nueva Alemania." (A. Marsá, L. Marsillach, La montaña iluminada, 1929).
P.D. Esta mañana he podido desdoblarme en actor y escenografía simultáneamente, al poder compartir con 13.000 locos una carrera de atletismo por nuestro eje urbano. Una experiencia irrepetible, sin coches y con una marea verde en movimiento.
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