Iniciamos la última etapa de la trilogía proyectual del taller: feria e-book, área wifi, y ahora escenografía urbana. La escena de la escalera de la película El Acorazado Potemkin nos introduce magistralmente en la vivencia sincopada de un ámbito dinámico-contemplativo
En 1925, Sergéi Mijáilovich Eizenshtéin, revolucionó el arte cinematográfico con esta película en la que eleva el montaje a herramienta procesual y creativa del espacio visual. Variando rítmicamente la duración de cada plano y manipulando la yuxtaposición de imágenes, logra crear una escenografía dramática por contraste entre la mecánica acción del ejército zarista y la caótica huida de la multitud histérica. Un sucesión de fragmentos visuales orquestados con travellings generales acontece en un interminable plano inclinado, las escaleras de Odessa, lugar testigo de una compleja secuencia de trayectorias humanas y materiales - el cochecito del bebé -, dilatadas en el tiempo, dinámicas en el espacio y entrelazadas en sus geometrías resultantes.
El crítico Umberto Barbaro evidencia en 1951 la trascendencia de ésta escena de las escaleras de Odesa, y de toda la película,: “Conocíamos a (…) Stroheim, así como la desesperación anárquica de Charlot. Pero un solo plano general del puerto, de la escalera de Odesa, rebosante de gente en movimiento, un solo primer plano de un marinero tenso en su esfuerzo (…) una sola boca abierta en un grito de desesperación, un solo fotograma o un solo efecto de montaje de El acorazado Potemkin eran suficientes para arrinconar todos los precedente cinematográficos, incluso los mejores, en el pasado de una época periclitada que ya no tiene nada nuevo que decir artísticamente, y anunciar el advenimiento de una era nueva”.
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